El riesgo es un concepto elemental que trasciende al mundo de las finanzas. Está presente tanto al comprar una acción como al abrir un negocio o sacar un crédito para el auto. Al prestarle dinero a un amigo para que arregle la cocina o mismo al guardar los ahorros propios en algún recóndito ambiente de la casa.

En esencia, no es riesgo una palabra necesariamente mala. El futuro, incierto como es, lo determina como nada menos que la expresión natural que trae aparejada esa incertidumbre. Y es justamente gracias a él que existe alguien que recompense al inversor por animarse a enfrentarlo. En teoría, a mayor riesgo, mayor rentabilidad esperada. Y viceversa.

Pero claro que en el mercado habrá inversores de todo tipo: los que coloquen su capital en Estados Unidos, en Nigeria o mismo en Argentina, sino los tres. ¿En función de qué? De su tolerancia al riesgo, que se define como el grado de variabilidad en los retornos a la inversión que un individuo está dispuesto a tolerar.

Cada inversor es distinto, por lo que a la hora de administrar su patrimonio resulta importante tener una visión realista de su perfil como tal. ¿Por qué? Básicamente, por dos motivos: el riesgo de comprar o vender en el momento equivocado y alterar la estrategia de inversión y, también, el riesgo de no dormir
por la noche.

A la hora de definir un portafolio de inversión, un asesor financiero se basará en una serie de variables que presenta el cliente con la intención de brindar una recomendación personalizada que se adecúe lo mejor posible a su perfil como inversor:

Edad y horizonte temporal: ¿En cuánto tiempo necesitaremos los fondos? Un inversor joven con poca necesidad de liquidez y bajos gastos podrá darse el lujo de recurrir a activos más riesgosos en pos de una alta rentabilidad a largo plazo. Al no necesitar el capital inmediatamente, podrá soportar las fluctuaciones en el precio y mantener su estrategia, mientras que un inversor con erogaciones familiares optaría tal vez por un perfil más moderado dada la necesidad corriente de efectivo para pagar el colegio, la obra social o quizás comprar un auto.

Capital de riesgo: ¿Qué porcentaje de nuestro patrimonio destinaremos a la inversión? El ahorrista que cuenta con un mayor capital correrá con una ventaja para con las inversiones con variabilidad alta y podrá asumir más riesgo siempre y cuando la
proporción destinada no sea excesivamente elevada como para afectar su estilo de vida.

Capacidad emocional: Una acción puede duplicar su valor después de dos años. Pero si en el medio su precio se redujese a un cuarto de lo que usted invirtió, ¿tendrá la voluntad y capacidad de soportarlo hasta tanto vengan tiempos mejores? ¿Podrá conciliar el sueño? Si la respuesta es no, la incorporación de renta fija en la cartera puede inducir a un mejor dormir.

Definir objetivos: ¿Para qué quiero ahorrar? ¿Para la educación de mis hijos? ¿Para cuando me jubile? ¿Para poner mi propia empresa en unos años? ¿Para ganarle a la inflación y proteger mi capital? Establecer la meta de una inversión es fundamental a la hora de crear un portafolio, ya que determinará la rentabilidad que deseo obtener y el riesgo necesario para intentar alcanzarla.

Experiencia: ¿Ya ha invertido en la Bolsa?¿Conoce sus mecanismos? En este sentido, serán los profesionales lo que les facilitarán la suya.

El riesgo, siempre presente en toda inversión, debe administrarse. La diversificación es, por ejemplo, una de las formas de mitigarlo: reduce la exposición que podría tener el ahorrista en una inversión individual. Según el equipo de Asset Management de Criteria, una correcta asignación de activos en la cartera es clave en una estrategia de inversión.

 

Equipo CDF

 

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